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Lo deploro

Un tanque es la mejor solución.

Seguro que os ha pasado: tú vas andando tranquilamente por la calle o por un pasillo, marchando en línea recta con intención de llegar pronto a tu destino, y de repente ¡paf! te pegas una leche contra un tarugo que se ha quedado parado delante tuyo sin avisar y sin ningún motivo. Odio esta movida.

Afortunadamente, me dí cuenta justo antes de subir este post de que “Odio a los que se quedan parados” no era el título más feliz.

Atención, que lo que me enerva es la gente que se para de pronto SIN RAZÓN. No hablamos aquí de los que se detienen antes de cruzar una calle por la que pasan coches, o cosas así: son los bobos a los que, por algún motivo, se les olvida que iban andando y se quedan quietos.

Esto pasa mucho al cruzar umbrales: al entrar en una cafetería, o al salir de un ascensor, es frecuente que tenga delante algún imbécil que da dos pasos y se queda como un pasmarote delante de la puerta, mirando a su alrededor como si lo que viese fuese algo sorprendente e insólito.

Ante esta situación, el comportamiento adecuado de un caballero bien educado es encogerse de hombros y proseguir, mientras anda, con la lectura del Financial Times.

Yo me pego buenas leches con esto, porque ando muy rápido; un rasgo evolutivo habitual entre los que hacemos vida en el centro de Madrid. Y es que éste es un lugar en el que si te quedas quieto un segundo empiezan a converger sobre tí locos contándote alguna movida, gente que pretende que dones dinero a alguna ONG, camareros que quieren meterte en algún restaurante, personas que te dan papelitos encomiando las virtudes de algún negocio cercano, mendigos pesados, perroflautas de esos que se acercan con mucha labia a ver si les echas algunas monedillas… En definitiva, pelmas que quieren tu dinero. Debe ser por la influencia espiritual del ministerio de Hacienda, que está ahí mismo, en Alcalá 9.

“Qué pasa, chavalote ¿Me echas una libra, para los Presupuestos? No te pongas tan serio, regálame al menos una sonrisa. Hale, hasta luego, simpático…”

Bueno, que yo ando muy rápido, y por eso me trago cada dos por tres a uno de éstos que se para de pronto a mirar a las musarañas. Y lo que más me molesta es que parece que el que anda es el que tiene la culpa, y tiene que pedir perdón. ¿No te jode? Pero que no se diga que uno no es educado:

“¡Oh! ¡Lo siento mucho! Siento verdaderamente que haya gente que tiene una tara cerebral tan grande que le impide pensar y andar al mismo tiempo, y que por ello se para súbitamente sin respetar a la gente que lleva detrás. Tome, como desagravio déjeme que le transmita toda la energía cinética que llevaba en mi paseo, y que usted puede emplear ahora para aproximarse rápidamente al asfalto”.

– Deploreibol

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